A todos los mundos...
Nació en El-Aaiun , en el desierto del Sáhara, la que un día fuera colonia española. Tierra abandonada a su suerte por los colonos españoles que, cobardes, se retiraron sin entregarles su autodeterminación, huyendo de la marcha verde lanzada por Marruecos.Desde pequeña, fue criada en la cultura y tradición saharaui, aprendió a reconocer las tormentas de arena y conocía cada grano del desierto del que su “país” constaba, como si de pedazos de su espíritu se tratara. Se le enseñó a sobrevivir en el desierto, a recoger agua de las dunas en la humedad de la noche, a sobrevivir escondida de aquellos que pretendían humillar a su pueblo. Pero sin libertad. El pueblo saharaui había sido ocupado por el pueblo marroquí mucho antes de que ella naciera, obligando a sus gentes a vivir en un estado policial continuo, a procurarse una vida sin recursos en los campos de refugiados de Tindouf, a huir día y noche de la brutalidad, primero de dos pueblos – Mauritania y Marruecos- y después, tras la retirada del primero, de la de un único culpable.
Nunca entendió porqué aquel país que poco tenía que ver con sus tradiciones y cultura, usaba la sangre para ocupar un terreno que ni siquiera conocía. Creció en medio del odio que otro pueblo escupía sobre el suyo. Y maduró, ya desde niña, llorando la sangre de los suyos derramada en una guerra innecesaria (¿acaso es alguna guerra necesaria?).
Este cuento no tiene final. El pueblo marroquí decidirá si nuestra protagonista seguirá luchando o si, por el contrario, ha llegado la hora de acabar con ella. El mundo árabe decidirá si esta niña, como otras miles, tiene derecho a vivir ... o no...
El pueblo saharaui (árabe) lucha por su libertad contra el pueblo marroquí (árabe).El mundo occidental comete siempre el error de inmiscuirse en batallas ajenas ¿pero podemos asistir con mirada indiferente al asesinato, a la humillación de la mujer, a la lapidación u otras barbaridades sólo porque se nos ponga como excusa que “es parte de la tradición, la cultura y la religión de un país"?
Al igual que protestamos, siempre de manera pacífica y sin acudir a la amenaza, contra los horrores cometidos en éste, el mundo occidental, como la pena de muerte o el abuso contra la mujer, utilizamos la palabra para expresar nuestro desacuerdo con el uso de la violencia como arma de manifestación. La protagonista de este cuento, como la del cuento de la ablación o el señor del cuento Palestino, seguramente agradecerían que el mundo occidental mostrara, al menos, un poco de preocupación por lo que está ocurriendo.
Un dibujo no mata... un arma en mano equivocada sí.
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